Red letrada. Nacidas en
tiempos de Domingo Faustino Sarmiento, son un particular caso de continuidad
cultural, basado tanto en el intercambio entre sociedad civil y política
estatal como en el voluntariado ciudadano. ¿Su gran aporte? La defensa del
libro como motor de crecimiento personal, el impulso a los lazos comunitarios,
y la plasticidad de un modelo disperso por toda la geografía del país
Diana Fernández Irusta
Rosalina
Cardoso sonríe, se calza los guantes de látex, toma con cuidado el documento
histórico y afirma, en un video recientemente difundido por el Ministerio de
Cultura: "Este es nuestro tesoro". Lo que sostiene es un texto creado
hace dos siglos; un registro de la Asamblea del año XIII, aquella que tres años
después de la Revolución de Mayo puso fin al tráfico de esclavos, abolió los
tormentos, acuñó monedas donde ya no aparecía la efigie de un rey, sino los
símbolos de un orden político nuevo.
Rosalina pasa
con cuidado las hojas de ese original impreso en la Casa de los Niños
Expósitos. Cuenta cómo, en su viaje a través del tiempo, el escrito nacido en
los inicios del siglo XIX llegó a los archivos de la Biblioteca Popular Manuel
Belgrano de Pinamar. "Fui directora de la biblioteca hasta el 31 de enero
de este año", comenta con orgullo. Y rememora cómo un juez de paz
apasionado por los estudios históricos decidió, antes de fallecer, legarles una
de sus mayores reliquias (llegada a su familia a través del padre). "Lo
dona para que seamos el resguardo de este documento", afirma Rosalina que,
como las actuales autoridades de la Manuel Belgrano -y de las otras 1500
bibliotecas populares que existen a lo largo del país- es una vecina más,
satisfecha de haber brindado parte de su tiempo a un espacio estrictamente
ligado a la cultura letrada, la ciudadanía y cierta idea de legado.
"Son
matrices democráticas", define Leandro De Sagastizábal, presidente de la
Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip). Y algo de eso hay.
Porque, creadas en 1870 por Domingo Faustino Sarmiento -lo que las convierte en
un extraordinario caso de continuidad en un país no tan afecto a esa idea-estas
bibliotecas no son organismos estatales, sino asociaciones civiles. Es decir,
una red de pequeños núcleos ligados con la cultura del libro (y sostenidos por
ciudadanos de a pie), que coexiste con el entramado de establecimientos
públicos como la Biblioteca Nacional o las distintas bibliotecas municipales y
escolares. "No me animaría a decir que son un caso único en el mundo, pero
sí es cierto que son un caso bastante excepcional -se entusiasma De
Sagastizábal-. Su valor diferencial está en que son entidades creadas desde
abajo, desde la sociedad civil, y no desde arriba, desde el Estado. Como
modelo, es muy interesante".
La diversidad manda
Las bibliotecas
populares tuvieron una suerte de "relanzamiento" cuando, durante la
recuperación democrática iniciada con el gobierno de Raúl Alfonsín en 1983, se
reformuló y actualizó la ley que las rige. Así siguieron, sin estridencias y
casi desconocidas para gran parte de la población, sosteniendo una identidad
construida a partir de la lectura, y afrontando tanto el desafío de adaptarse a
los tiempos del vértigo digital como, en las regiones más vulnerables, el de
convivir con las heridas del tejido social.
Cada biblioteca
popular está constituida como persona jurídica con responsabilidades frente a
la comunidad y, en su gran mayoría, son dueñas de los edificios que las
albergan. Desde sus orígenes, se sostienen en la existencia, generación tras
generación, de comisiones de vecinos que se ocupan del mantenimiento,
contratación de personal, pago de sueldos, vínculos con la comunidad,
suscripción de nuevos socios, compras de libros, entre otras actividades. El
lazo con el Estado lo garantiza la Conabip, organismo encargado de colaborar
con el funcionamiento de las bibliotecas (una de sus acciones más conocidas son
los subsidios para la compra de ejemplares cada año, durante la Feria
Internacional del Libro de Buenos Aires). Asimismo, diversos municipios y
distritos incluyen en sus políticas la habitual colaboración con estos
espacios.
Ante todo, el
panorama es diverso. Hay bibliotecas populares instaladas en barrios donde son
una más entre otras, y bibliotecas populares ubicadas en zonas alejadas, donde
se vuelven imprescindibles. Existen comisiones muy dinámicas, que generan todo
el tiempo actividades en su comunidad, y otras más tranquilas. Hay bibliotecas
con socios protectores que las ayudan a mantener sus edificios en perfectas
condiciones, y otras más necesitadas de la ayuda del Estado. "El de las bibliotecas
populares es un universo difícil de encerrar en un concepto; su riqueza es la
heterogeneidad", confirma De Sagastizábal.
Efectivamente:
una biblioteca popular puede habitar un coqueto edificio en uno de los barrios
más elegantes de la Capital Federal, tanto como ser un enclave comunitario
instalado en medio del Delta del Paraná. Las que están en zonas de frontera
conviven con la diversidad lingüística; las que se erigen en zonas vulnerables,
con una mayor conflictividad social. Aquellas que cuentan con edificios
centenarios incluyen, entre sus prioridades, la necesidad de preservar el
tesoro patrimonial que las contiene; las más nuevas, la de consolidar el
vínculo con su vecindario.
Entre las más
emblemáticas se encuentra la Antonio Mentruyt, ubicada en Lomas de Zamora y
dueña de un magnífico edificio, con sala de teatro incluida. "No sólo es
preciosa y tiene un teatro que es casi como el Gran Rex -describe De
Sagastizábal-.También posee la biblioteca completa de Roberto Payró: una
herramienta de investigación fundamental que está ahí, a disposición de
cualquier estudioso".
Difícil no
preguntarse cuántos otros tesoros -patrimoniales, culturales, de gestión
comunitaria- habrá en la extensa trama que arman estas entidades. Los ejemplos
se acumulan. Está la biblioteca Juan Bautista Alberdi de Neuquén que hace casi
un siglo comenzó a funcionar en una escuela, y hoy reside en un espléndido
edificio diseñado según normas IFLA/Unesco y construido con un subsidio del
Estado provincial. O la Franklin de Mendoza, que el año pasado cumplió 150
años, y cuyo origen se remonta a un grupo de jóvenes amantes de los libros que,
reunidos en la "Sociedad Bibliófila de San Juan" buscaban promover la
cultura y el hábito de la lectura. Otra biblioteca centenaria es la Juan N.
Madero de San Fernando, una de las pocas cuyo edificio -una imponente
construcción de 3 pisos, 1000 metros cuadrados, elegantes líneas clásicas,
escalinatas y jardín frontal- se realizó con el fin específico de albergar una
biblioteca. Actualmente cuenta con unos 100.000 volúmenes y un pequeño museo de
objetos históricos.
Cuando se
crearon estos espacios, a fines del siglo XIX, buena parte de la población no
sabía leer ni escribir. Por eso, algunas bibliotecas organizaban encuentros de
lectura pública, donde algún vecino instruido leía en voz alta y era escuchado
por quienes no podían acceder por sí solos a la palabra escrita.
Esa suerte de
impulso iluminista continúa, aunque atravesado por las inquietudes -y
heterogeneidades- del siglo XXI. Así, quien viva cerca de la Mariano Boedo
(ubicada en ese barrio porteño) podrá llevar a sus niños al club de lectura
"Al sur de la luna", al taller de circo, o consultar por las clases
de apoyo que se dictan allí. En la cartelera más bien artesanal que pende de la
puerta de esta biblioteca, se ofrecen también talleres de tango para adultos
mayores, encuentros de análisis de obras literarias, talleres de cerámica y una
dirección de mail para quien quiera comunicarse por esa vía. Más sofisticada,
la Manuel Belgrano de Pinamar tiene una página web y ofrece, desde la
posibilidad de consultar los principales diarios mientras se saborea "un
rico café", hasta consultar su videoteca, audiolibros, servicio de
Internet o, incluso, hacer uso de los juegos de mesa que están a disposición de
los visitantes.
Emprendimientos
La Conabip viene
registrando cierta estabilidad en el número de bibliotecas populares
habilitadas como tales, más allá de que cada tanto se incorporan nuevos
establecimientos."Junto a la Biblioteca Nacional, estamos ayudando a crear
una biblioteca en la Villa 31. El concepto con el que lo estamos haciendo es el
de biblioteca popular, porque creemos que es mucho más fuerte algo comprometido
con la comunidad, creado desde allí, que algo que viene desde el Estado",
explica De Sagastizábal.
"Me parece
importante realizar el esfuerzo de convencer a una sociedad de los beneficios
de ser una sociedad lectora -continúa el director de la Conabip-. Para esto, la
sola presencia de las bibliotecas ayuda."
En esta línea,
la Conabip lanzó la campaña "socios de la lectura", para lograr que
más gente se asocie a las bibliotecas. Diversas figuras ligadas al mundo de la
cultura vienen grabando spots donde explican la importancia de las bibliotecas
populares y la necesidad de que crezcan sus comisiones de socios. Los
"bibliomóviles" (mini bibliotecas que se llevan, rotativamente, a
localidades que no cuentan con este tipo de espacios) y los intercambios con
bibliotecas de otras partes del mundo, el proyecto de sistematizar la historia de
las bibliotecas populares, son otras de las iniciativas con las que la Conabip
busca fortalecer este universo. "Son entidades que permiten inferir por
dónde pasa la dinámica de una sociedad con su Estado -señala De Sagastizabal-.
Y dan cuenta de la vocación que tiene una comunidad para crear un espacio
cultural que beneficie a los suyos". Lo cual es igual que decir que aún
tienen mucho para dar.
Fuente: Diario La Nación (Domingo 9 de abril de 2017) http://www.lanacion.com.ar/2005766-bibliotecas-populares-un-tejido-vivo