La guerra
de la sed
En 1932, paraguayos y bolivianos se enfrentaron en el inhóspito Chaco
Boreal. La falta de agua y comida causó miles de bajas. ¿Por qué peleaban los
dos países más pobres de Sudamérica?
ni una gota de agua
para perder en lágrimas
para perder en lágrimas
Agua, petróleo y sangre
Entre 1932 y
1935, 120 mil paraguayos y 250 mil bolivianos libraron la contienda
sudamericana más cruenta del siglo XX. Estaba en disputa el Chaco Boreal, un
área de 650 mil km2 al norte del río Pilcomayo al cual llamarían “infierno
verde” por sus condiciones inhóspitas: escasez de agua, temperaturas de casi
50° en verano y menos de 0° en invierno, presencia de ofidios venenosos y de
insectos portadores de enfermedades.
Para la Royal
Dutch Shell y la Standard Oil, por el contrario, el Chaco
representaba un paraíso verde y negro, una fuente inexplorada de dólares y
petróleo. Su cercanía al río Paraguay constituía una vía de acceso al océano
Atlántico que lo tornaba ideal para la colocación de oleoductos, y se
sospechaba que debajo de esas tierras áridas había importantes yacimientos. Los
límites fronterizos estaban bajo litigio y fueron causales de roces. Ni
Paraguay ni Bolivia habían aceptado ninguno de los cuatro tratados presentados
entre 1878 y 1907.
En ese marco,
los magnates del negocio hicieron lo que saben hacer mejor. Con una crisis
económica mundial sin precedentes como telón de fondo, pertrecharon a los dos
países más pobres de la región y se lanzaron a la competencia por el crudo. Los
capitales anglo-holandeses (que tejían lazos con la oligarquía argentina)
financiaron al Paraguay, mientras que los norteamericanos realizaron
empréstitos a Bolivia.
Para los hombres
movilizados de uno y otro bando, aquélla fue la guerra de la sed. Un
cuarto de ellos perdería la vida principalmente por deshidratación –junto con
la inanición y la disentería-, decenas de miles acabarían mutilados y muchos
desaparecerían por siempre entre el polvo.
El escritor
Augusto Roa Bastos, quien sirvió como enfermero, volcó sus experiencias en la
novela Hijo de hombre. Allí hablaba de pozos secos que se convertían en
fosas, de hombres sin gotas para desperdiciar en lágrimas, moviéndose como
borrachos quienes han olvidado el camino a casa.
La conflagración
consumió los ya escasos recursos de ambos países. Uno y otro tenían heridas
frescas. Bolivia había peleado la Guerra del Pacífico entre 1879 y 1883, que la
despojó de su litoral sobre el Pacífico. Paraguay no se había recuperado de la
Guerra de la Triple Alianza, en la cual fue asesinada el 90% de su población
masculina adulta.
Los bandos
El crack
de 1929 había tenido un fuerte impacto sobre el país andino. A lo largo de sólo
tres años, la denominada “oligarquía del estaño” había visto caer sus
exportaciones casi en un 80%. Si en 1927 conseguía 289 libras por tonelada de
mineral, en 1929 esta cifra había pasado a 202 libras y, en 1939, a 141. Como
contracara, el endeudamiento externo ahogaba al país y no había perspectiva de
conseguir créditos internacionales. Con la creciente socialización del proceso de
trabajo en las grandes empresas mineras, aparecían las primeras luchas obreras
por organización sindical. En este contexto, las clases gobernantes se embarcan
en la empresa de la guerra.
Si bien el
ejército boliviano fue superior al paraguayo en una relación de 3 a 1, era una
fuerza donde primaba el racismo, sin apoyo popular y dedicado a la represión
interna. El propio Joaquín Espada Antezana, ministro de Guerra, decía que ésta
era una de las principales debilidades en el campo de batalla. La masacre ejercida
sobre los campesinos de Pucarani para obligarlos a pelear, fue ilustrativa en
este sentido.
El Paraguay, por
su parte, venía de años de hegemonía del Partido Liberal (PLRA) donde primó la
inestabilidad política. A la par, la clase obrera daba sus primeros grandes
pasos de organización. Entre 1923 y 1931 se habían conformado las principales
centrales sindicales, que libraron un total de 43 huelgas. A diferencia de lo
ocurrido en el país vecino, los liberales sí lograron un apoyo importante de
trabajadores y campesinos para la contienda, impulsándola como una “causa
nacional”. Pero ésta no estaba destinada a perdurar. El reclamo por tierras y
por derechos para los trabajadores pronto volvería a escena.
El desenlace
El 12 de junio
de 1935 se acordó el cese de hostilidades y en 1938 se firmó un tratado en
Buenos Aires donde se fijaron los límites definitivos. Finalmente se estableció
la soberanía paraguaya sobre tres cuartas partes del territorio y Bolivia
obtuvo una zona a orillas del río Paraguay. En 2009, los presidentes Evo
Morales y Fernando Lugo firmaron –nuevamente en Buenos Aires- un acuerdo
definitivo. Habían pasado 74 años desde el conflicto que se llevó la vida de 50
mil bolivianos y 40 mil paraguayos.
La Guerra del
Chaco significó un punto de quiebre, que terminaría por hundir tanto a la
“oligarquía del estaño” como al Partido Liberal. En ambos países se desataron
importantes procesos signados por golpes militares, reconfiguraciones políticas
y, sobre todo, por la insurgencia obrera y campesina.
La Standard
Oil fue la gran victoriosa. Una vez que cesó el fuego, se comprobó que ésta
venía contrabandeando una porción de producción a través de un oleoducto
clandestino, con el beneplácito de funcionarios argentinos y bolivianos
vinculados a la firma norteamericana. Por otra parte, en la “Historia
empresarial” reflejada en la página oficial de Shell. (1) puede leerse:
“Los años 30 fueron difíciles”.
Muchos ex
combatientes vinieron a países como Argentina escapando del hambre o la
persecución. Gumersindo, veterano paraguayo, fue uno de ellos. Él solía relatar
cómo se le hinchaban la lengua y las extremidades durante la guerra, por la
falta de agua; recordaba que sus compañeros enloquecían y bebían el combustible
de los tanques, sólo para morir intoxicados a los pocos minutos. Había
aprendido que la industria del petróleo está manchada con sangre trabajadora.
Fuente: “La Guerra de la
sed” por Jazmín Bazán.
Bibliografía:
(1) “Los años 30 fueron difíciles”.