El 6 de
setiembre de 1930 se pisoteó por primera vez la Constitución Nacional argumentando
que lo hacían “Por la Patria”.
El golpe del 6
de septiembre de 1930 fue la primera interrupción
del orden constitucional desde la consolidación del Estado Nacional en 1862, e
inauguró una larga sucesión de Gobiernos de Facto en Argentina. Desde entonces,
las dictaduras contaron con algunas características comunes: el papel de las
Fuerzas Armadas como árbitros de la política nacional, el apoyo de sectores de
la sociedad civil y la participación de sectores tradicionales y concentrados
de la economía para torcer un rumbo que consideraban peligroso.
El golpista Uriburu rodeado de damas de la alta
sociedad.
La Iglesia bendijo el golpe de Estado.
Cadetes del ejército marchan por avenida de Mayo,
con los vítores de la clase oligarca.
La Corte Suprema en 1930 que avaló el golpe. De
izquierda a derecha: Antonio Sagarna, José Figueroa Alcorta (presidente),
Ricardo Guido Lavalle, Roberto Repetto y Horacio Rodríguez Larreta. (17/9/1930)
También había que prometerle al pueblo orden y
seguridad, y al asumir era importante meter miedo. Prohibir la actividad
política y sindical; intervenir las provincias y las universidades; decretar la
pena de muerte; detener, torturar y asesinar a los opositores y al mismo tiempo
hacer una declaración de profunda fe católica y de pertenencia al mundo
occidental y cristiano; dejar en suspenso la duración del gobierno militar
(incluso, si se quiere, se lo puede llamar provisional) y, finalmente, en pago
de tantos sacrificios, en nombre de la patria y la honestidad, hacer los más
sucios y descarados negociados.
Cómo construir un
dictador
Los que conocían bien a Uriburu fueron testigos de
cómo aquel revolucionario de 1890 devino ultraconservador con el paso de los
años: poco después de que Yrigoyen, su viejo correligionario, ganara las
elecciones por segunda vez, decidió pasar a retiro y también a conspirar contra
la democracia. El general tenía quién le escribiera, allí estaban los
nacionalistas católicos Julio y Rodolfo Irazusta, que publicaban el semanario La
Nueva República, una influyente tribuna desde la que se fogoneaba un cambio
en el orden institucional. Julio Irazusta inauguró una frase que,
lamentablemente para sus herederos, no registró como propia, ya que sería usada
hasta el cansancio durante el resto del siglo XX, e incluso hasta comienzos del
siglo XXI, por algún comunicador social en aquella hora clave de la crisis del
2001: “hay que sacar las tropas a la calle”. En 1928, festejando el primer
cumpleaños de aquel periódico, el general Uriburu se comprometió públicamente a
encabezar un movimiento de renovación espiritual y política.
A partir de entonces comenzaron a producirse selectas reuniones de civiles y militares en los elegantes salones del Círculo de Armas. Allí iban sin demasiado disimulo gente como Federico Pinedo, Leopoldo Melo, Antonio Santamarina y representantes de los generales Justo y Uriburu.
A partir de entonces comenzaron a producirse selectas reuniones de civiles y militares en los elegantes salones del Círculo de Armas. Allí iban sin demasiado disimulo gente como Federico Pinedo, Leopoldo Melo, Antonio Santamarina y representantes de los generales Justo y Uriburu.
Los líderes visibles del golpe de Estado en marcha
eran los generales José Félix Uriburu (2) y Agustín Pedro Justo (3), que si
bien coincidían en la metodología golpista para derrocar a Yrigoyen, mantenían
importantes diferencias a la hora de ejercer el poder. Mientras Uriburu
pretendía hacer una profunda reforma constitucional que terminara con el
régimen democrático y el sistema de partidos y, así, implantar un régimen de
representación corporativa, Justo planteaba el modelo de gobierno provisional
que convocara a elecciones en un tiempo prudencial; prefería restablecer el
clásico sistema de partidos con las restricciones que los dueños del poder
creyeran convenientes, o sea, una democracia de ficción y fraudulenta. Esto
llevó a que Justo permaneciera en un segundo plano durante los preparativos del
golpe de Estado programado para el 6 de septiembre de 1930, pero no dejó de
presionar a Uriburu a través de sus oficiales para introducir sus puntos de
vista.
No pocos oficiales y suboficiales se sumaron al
golpe sin medir las consecuencias, sin tomar conciencia cabal del error
gravísimo que estaban cometiendo. Entre ellos, Juan Domingo Perón, que al
respecto comentaba lo siguiente: “Yo recuerdo que el presidente Yrigoyen fue el
primer presidente argentino que defendió al pueblo, el primero que enfrentó a
las fuerzas extranjeras y nacionales de la oligarquía para defender a su
pueblo. Y lo he visto caer ignominiosamente por la calumnia y los rumores. Yo,
en esa época, era un joven y estaba contra Yrigoyen, porque hasta mí habían
llegado los rumores, porque no había nadie que los desmintiera y dijera la
verdad”. (4)
Perón advierte a la distancia la trascendencia del
hecho y su influencia en el futuro político argentino. “Nosotros sobrellevamos
el peso de un error tremendo. Nosotros contribuimos a reabrir, en 1930, en el
país, la era de los cuartelazos victoriosos. El año 1930, para salvar al país
del desorden y del desgobierno no necesitamos sacar las tropas a los cuarteles
y enseñar al Ejército el peligroso camino de los golpes de Estado. Pudimos,
dentro de la ley, resolver la crisis. No lo hicimos, apartándonos de las
grandes enseñanzas de los próceres conservadores, por precipitación, por
incontinencia partidaria, por olvido de la experiencia histórica, por
sensualidad de poder. Y ahora está sufriendo el país las consecuencias de aquel
precedente funesto”. (5) Finalmente, en su autobiografía, recopilada por
Enrique Pavón Pereyra,
Perón concluye: “El 6 de setiembre, terminó bruscamente
la experiencia radical que había sido promovida por la ley del sufragio
universal y por la intención participativa. Ese día histórico es el comienzo de
una nueva e tapa en la cual el gobierno será dirigido por las huestes de la
oligarquía conservadora donde muchos de los que participaron y contribuyeron al
éxito del golpe lo hicieron sin saber exactamente quién se movía detrás de
ellos. La proclamación de la ley marcial desde el 8 de septiembre de 1930 hasta
junio del 31 puso en evidencia que había triunfado la línea del nacionalismo
oligárquico”. (6)
El golpe del 6 de septiembre de 1930 significó para
la tradicional elite terrateniente exportadora la recuperación, no del poder
real, que nunca había perdido, sino del control del aparato del Estado. Quedaba
además demostrado que el radicalismo, por su origen de clase y por sus enormes
contradicciones internas, no había podido o no había querido conformar ni
impulsar sectores económicos dinámicos modernos que pudieran disputarle el
poder al tradicional sector terrateniente. El golpe terminó también con la
alianza que había comenzado en la Revolución de 1890 entre una parte de aquella
elite y los sectores medios, que en un principio apoyaran el golpe del 30
porque pensaban que los incluía entre los beneficiarios del asalto al poder y
las arcas públicas; sin embargo, pronto se dieron por enterados en carne
propia, como ocurriría con todos los golpes de Estado posteriores, que les
agradecían los servicios prestados, pero que no estaban invitados a la fiesta.
La elite volvió a tener la posibilidad de marginar políticamente —como antes de
la sanción de la Ley Sáenz Peña— a los sectores sociales que venía marginando
social y económicamente desde siempre. La vuelta al fraude electoral alejaba a
las mayorías populares de la posibilidad de decidir sus destinos; la sociedad
se preparaba para los grandes cambios que se avecinarían a mediados de los años
40. Pero para eso faltaba mucho tiempo, mucho sufrimiento y mucha lucha. Estaba
comenzando una década claramente infame.
2- José Félix
Uriburu (1868-1932) nació en Salta. Participó en la Revolución de 1890 del lado
de los cívicos. Pero en 1905 reprimió la intentona revolucionaria radical. Fue
director de la Escuela Superior de Guerra y observador y agregado militar en
Europa. En 1914 fue elegido diputado al Congreso Nacional. Durante la
presidencia de Alvear fue nombrado inspector general del Ejército y miembro del
Consejo Supremo de Guerra.
3- Agustín
Pedro Justo (1876-1943) nació en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Además de
militar fue ingeniero civil recibido en la UBA. Fue profesor y luego director
del Colegio Militar. Alvear lo designó como ministro de Guerra.
4- En Félix
Luna, Yrigoyen, Buenos Aires, Hyspamérica, 1985, pág 382.
5- En Roberto
Etchepareborda, Yrigoyen, tomos I y II, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1983.
6- Pavón
Pereyra, Enrique, Yo Perón, Buenos Aires, MILSA, 1993.
Los Mitos de la Historia Argentina
3 de Felipe Pigna.