La
historia nos deja reflejado en la memoria que un día como hoy, en 1955, se
suscita la Masacre de Plaza de Mayo, he aquí una breve reseña de uno de los
historiadores contemporáneos, con los hechos del nefasto acontecimiento.
16 de Junio de 1955
Bombardeo a la Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno
Aquel 16
de junio, Perón llegó como todos los días muy temprano a la Casa Rosada. Empezó
el día recibiendo al director de la SIDE, general de brigada Carlos Benito
Jáuregui. Las noticias que traía el jefe de los espías eran preocupantes pero
no estaban confirmadas. Perón decidió continuar con su actividad diaria y estar
alerta a cualquier aviso. Al terminar la reunión y mientras esperaba al
embajador de los Estados Unidos Albert Nufer, miró con cierto desgano la agenda
oficial, sabiendo que según le anticipó Jáuregui todo podía cambiar de un
momento a otro.
Dudaba
todavía cuando llegó el embajador y comenzó una cordial entrevista. A eso de
las nueve de la mañana, fueron interrumpidos, un poco intempestivamente, por el
general Lucero, quien ingresó pidiendo disculpas con un marcado gesto de
preocupación. Perón sabía que estaba programado un desfile aéreo en desagravio
a la bandera nacional y a la memoria del Libertador por los destrozos
producidos en la Catedral donde descansan sus restos. Pero Lucero estaba en
condiciones de confirmar las sospechas del director de la SIDE: ese desfile
podía ser aprovechado para bombardear la Casa de Gobierno y a su principal
ocupante. Convenció al presidente de que se trasladara a su despacho en el
Ministerio de Guerra, cruzando la avenida Paseo Colón.
Desde su
nueva ubicación, a las 12.40 en punto, Perón pudo escuchar el sonido
inconfundible de aviones de combate. Luego supo que eran los Avro Lincoln y
Catalinas de la escuadrilla de patrulleros Espora de la Aviación Naval,
coordinados por el almirante Samuel Toranzo Calderón y comandados por el
capitán de navío Enrique Noriega. Era un ruido inesperado, nuevo en Buenos
Aires que se estrenaba como la primera capital de Sudamérica en ser bombardeada
desde el aire por sus propias fuerzas armadas, curiosamente por la Marina.
El plan de los golpistas era exhaustivo:
“1º El bombardeo de la Casa de Gobierno, donde se
presumía estaría el presidente.
2º El copamiento por parte de civiles de edificios públicos y emisoras radiales.
3º El alzamiento de las unidades de Entre Ríos a las órdenes del general León Bengoa.
4º La movilización de las unidades de la Escuela de Artillería y de Aviación de Córdoba.
5º El alzamiento de la base naval de Puerto Belgrano; y
7º El despliegue de unidades de Infantería de Marian que atacarían por tierra posesionándose de edificios públicos y otras unidades de Ejército.” (1)
2º El copamiento por parte de civiles de edificios públicos y emisoras radiales.
3º El alzamiento de las unidades de Entre Ríos a las órdenes del general León Bengoa.
4º La movilización de las unidades de la Escuela de Artillería y de Aviación de Córdoba.
5º El alzamiento de la base naval de Puerto Belgrano; y
7º El despliegue de unidades de Infantería de Marian que atacarían por tierra posesionándose de edificios públicos y otras unidades de Ejército.” (1)
Los
aviones atacantes llevaban pintadas en sus colas una “V” y una cruz, que
señalaban “Cristo Vence”. En la Plaza, además de los apurados transeúntes,
había algunas familias que se disponían a presenciar el desfile aéreo. Nunca
imaginaron que la parada militar tuviera un carácter tan realista.
Las
primeras bombas cayeron a pocos metros de la Pirámide. Sobre la Casa Rosada
cayeron en total 29 bombas, de entre cincuenta y cien kilos cada una. Otra de
ellas destrozó un trolebús repleto de pasajeros.
Al
enterarse de los hechos, la CGT convocó a la Plaza a defender a Perón. El
General trató de parar la movilización; desde su puesto de comando en el
Ministerio de Guerra, le ordenó al mayor Cialcetta que le pidiera a la CGT que
no movilizara a los trabajadores para evitar víctimas, pero ya era demasiado
tarde. Perón tenía claro algo que los dirigentes cegetistas parecían no ver.
Sabía que los atacantes, lejos de conmoverse por la barrera humana, dispararían
criminalmente sobre la multitud sin la menor contemplación.
A la
tarde eran cientos los descamisados reunidos para defender su gobierno en la histórica
plaza, cuando una nueva oleada de aviones espantó a las desconcertadas palomas
y arrojó su mortífera carga de nueve toneladas y media de explosivos sobre la
multitud.
En la
Plaza de Mayo y sus alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos, y
los hospitales colapsaron por los más de 600 heridos. Se había perpetrado el
peor ataque terrorista de la historia argentina. Sus autores eran “respetables”
militares y civiles que se frotaban las manos imaginándose el triunfo de un
golpe militar que devolvería a la “negrada”, a los “cabecitas”, a los lugares
de los que nunca debieron haber salido.
Entre los
autores intelectuales de aquel horror, había varios civiles, unidos no
precisamente por el amor sino por el espanto que estaban dispuestos a provocar.
Algunos de ellos eran el socialdemócrata Américo Ghioldi, el radical unionista
Miguel Ángel Zavala Ortiz, el conservador Oscar Vichi y los nacionalistas
católicos Mario Amadeo y Luis María de Pablo Pardo, miembros fantasmales de una
hipotética junta de gobierno cívico-militar.
En el
Ministerio de Marina, que había sido el cuartel general de los golpistas, uno
de los líderes de aquella “revolución”, el vicealmirante de infantería Benjamín
Gargiulo, decidió pegarse un tiro, mientras que otro de los conspiradores, el
almirante Aníbal Olivieri, observaba por las ventanas cómo avanzaban sobre el
edificio columnas de trabajadores enardecidos y decididos a vengar a sus
compañeros asesinados. El marino tomó el teléfono aterrado y llamó al ministro
de Guerra, el general Lucero, y le dijo: “Intervenga. Mande hombres. Nos
rendimos, pero evite que la muchedumbre armada y enfurecida penetre en el
edificio del Ministerio”.(2) Junto a Olivieri estaban sus colaboradores más
cercanos, los tenientes Emilio Eduardo Massera y Horacio Mayorga, de triste
futuro.
Otro
almirante y responsable directo de la Masacre de Plaza de Mayo, Samuel Toranzo
Calderón, fue degradado y condenado a prisión por tiempo indeterminado. Al
almirante Olivieri se lo destituyó y condenó a un año y seis meses de “prisión
menor”. Su defensor en el juicio fue el contralmirante Isaac Francisco Rojas.
Otros once oficiales fueron condenados a reclusión por tiempo indeterminado.
Pero el tiempo estaba determinado y todos serían liberados, junto con sus cómplices,
por los “libertadores”.
La
versión de los asesinos barre con toda capacidad de asombro. Un volante de la
“Marina de Guerra en operaciones”, titulado increíblemente “Responsabilidad de
Perón y la CGT en la matanza de Plaza de Mayo”, decía: “Comparando los
acontecimientos con las declaraciones del propio Perón, es fácil determinar
quiénes son los culpables de la matanza de civiles, durante los bombardeos de
la Marina de Guerra. La Marina de Guerra se sublevó, enviando al Gobierno un
ultimátum de rendición. Al rechazar ese ultimátum y apelar al Ejército, el
Gobierno se colocaba en actitud beligerante. Desde ese momento dos fuerzas
militares lucharían. Perón sabía que la Marina no salía a “desfilar”, sino a
combatir a muerte. ¿Por qué motivo, entonces, Perón permitió que la CGT, con
criminal inconsciencia, convocara al Pueblo a Plaza de Mayo…? ¿Cómo es posible
que un jefe de Estado, sabiendo que su Sede sería bombardeada, no tratara
inmediatamente de evacuar la población civil…? ¿Cómo es posible que los dirigentes
de la CGT hayan sido tan criminales como para llevar a la gente al matadero,
sabiendo que con palos no se puede hacer frente a aviones ni a ametralladoras…?
Perón mismo lo ha dicho: Nosotros tuvimos conocimiento de la rebelión y de sus
planes unas horas antes… ¡Y conociendo la rebelión y los planes de bombardeo,
Perón hace que la CGT convoca a su querido “pueblo” a Plaza de Mayo para ser
quemado! Una sola cosa explica esta infamia: Perón creyó que a la vista del
Pueblo, la Marina de Guerra desistiría de sus propósitos. Es decir, que una vez
más, Perón utilizó a los trabajadores como escudo de sus designios…”
Si hasta
aquí el lector se quedó sin palabras, prepárese para lo que viene: “Si los
radicales o ‘los clericales’ hubieran invadido la Casa de Gobierno, Perón
hubiera tenido derecho a convocar a la CGT: hubieran sido dos fuerzas civiles
combatiendo en igualdad de condiciones. Pero, desarrollándose la lucha entre
fuerzas militares, convocar al pueblo indefenso al teatro de las operaciones
¡¡Es criminal, infame, cobarde y ruin!! Y la CGT que se prestó para esa
carnicería es, conjuntamente con Perón, responsable de esa canallada ante la
clase trabajadora. No lo olvidará jamás el Pueblo…(3)
Tras
concretar su masacre, 110 tripulantes, entre ellos varios civiles como Zavala
Ortiz, llegaban a Montevideo a bordo de los 39 aviones con los cuales habían
perpetrado la masacre. Estos hombres, que habían demostrado su total desprecio
por la vida humana ametrallando a columnas enteras de trabajadores, recordaron repentinamente
en la Banda Oriental que existían los derechos humanos, particularmente el de
asilo.
Perón
habló esa noche por la cadena nacional de radio y televisión. En los pocos
televisores que había en la Argentina se pudo ver a un Perón desencajado, dolido,
que decía: “lo más indignante es que hayan tirado a mansalva contra el pueblo.
[…] Nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean
aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión […]. Para no ser criminales
como ellos, les pido que estén tranquilos; que cada uno vaya a su casa […]. Les
pido que refrenen su propia ira; que se muerdan, como me muerdo yo en estos
momentos, que no cometan ningún desmán. No nos perdonaríamos nosotros que a la
infamia de nuestros enemigos le agregáramos nuestra propia infamia […]. Los que
tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás soldados argentinos, porque
los soldados argentinos no son traidores y cobardes. La ley caerá
inflexiblemente sobre ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su culpa ni
para atemperar la pena que les ha de corresponder […]. El pueblo no es el
encargado de hacer justicia: debe confiar en mi palabra de soldado […]. Sepamos
cumplir como pueblo civilizado y dejar que la ley castigue…”(4)
Referencias:
1- Daniel Rodríguez Lamas, La
Revolución Libertadora, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1985.
2- Juan Domingo Perón, Del poder
al exilio, Buenos Aires, edición clandestina, 1956.
3- Félix Lafiandra (recopilador),
Los panfletos. Su aporte a la Revolución Libertadora, Buenos Aires,
Itinerarium, 1955.
4- La Prensa, 17 de junio de 1955.
Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la
historia argentina 4, Buenos Aires, Planeta, págs. 330-336.
Algunas
imágenes: Son imágenes muy fuertes, pero es nuestra triste historia.