jueves, 11 de septiembre de 2025

Jueves de lectura con Hugo en la biblioteca

LITERATURA

EL PERRO QUE GUARDABA LOS LIBROS

Burdeos, Francia.

En una biblioteca pequeña de barrio, donde el olor a papel viejo se mezclaba con el de café recién hecho, trabajaba Claire, una mujer de 52 años, bibliotecaria de corazón.

Era silenciosa, amable… y desde hacía unos años, iba siempre acompañada de un perro mestizo de orejas desparejas y mirada curiosa.

Se llamaba Hugo.

—¿Es una especie de guardián de libros? —le preguntaban los niños.

Claire sonreía.

—Más bien… es un lector en silencio.

Hugo no ladraba. No mordía.

Solo se tumbaba junto a los niños cuando leían en voz alta, y si alguno dudaba o se trababa, le daba un golpecito con la pata.

Era su forma de animarlos.

Un día, una madre se acercó con los ojos llenos de lágrimas.

—Mi hijo tiene dislexia —dijo—. Nunca quiso leer.

Pero desde que se sienta con Hugo… no quiere parar.

Así nació un pequeño proyecto sin nombre: los “jueves de lectura con Hugo”. Cada semana, seis niños se reunían en círculo.

Claire les repartía cuentos y Hugo los escuchaba, con las patas cruzadas y la cabeza ladeada como si entendiera cada palabra.

Y quizás… entendía más de lo que parecía.

Porque cuando Claire enfermó, Hugo cambió.

Dejó de moverse con alegría.

Dormía en la entrada de la biblioteca, como si esperara que todo pasara rápido.

Claire tenía cáncer.

No podía trabajar.

Pero el director decidió dejar entrar a Hugo igual.

—Es parte del equipo —dijo.

Un día, sin previo aviso, Hugo desapareció.

Nadie lo vio salir.

Buscaron por calles, parques, estaciones… y lo encontraron en el hospital.

Había recorrido más de 4 kilómetros hasta llegar a la puerta donde Claire estaba ingresada.

No aceptaron dejarlo pasar.

Pero Hugo se tumbó junto a la puerta… y no se movió.

Durante tres días.

Finalmente, una enfermera que conocía la historia habló con dirección.

—Déjenlo entrar. Puede hacerle bien.

Y Hugo subió.

Cuando Claire lo vio, rompió a llorar.

—Sabía que vendrías, mi niño lector…

Hugo se subió a la cama, apoyó la cabeza sobre su pecho… y no se movió más.

Claire murió esa noche.

Pero Hugo siguió yendo cada jueves a la biblioteca.

Se tumbaba en el rincón de siempre.

No con tristeza… sino con calma.

Los niños seguían leyendo.

Pero ya no solo para él.

Lo hacían por Claire.

Por todo lo que dejó entre páginas y patas.

Hoy, en la biblioteca, hay un estante especial con cuentos ilustrados.

En el lomo de cada libro, una pequeña huella dibujada.

Se llama: “La colección de Hugo. Porque algunos perros no guardan casas… guardan historias.”