La dama centroamericana de la poesía
Se consideraba más
salvadoreña que nicaragüense. Reciente ganadora del premio Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana, era considerada integrante de la llamada “Generación
Comprometida”. También publicó novelas, cuentos y ensayos.
Claribel Alegría tenía 93 años. Fue discípula de
Juan Ramón Jiménez
y amiga de Rulfo y de Cortázar.
La sonrisa le
hermoseaba el rostro a la jovial dama centroamericana de la poesía, considerada
integrante de la llamada “Generación Comprometida”, discípula de Juan Ramón
Jiménez y amiga de Roque Dalton, Juan Rulfo y Julio Cortázar, entre otros, que
siempre tenía una vaso de ron en la mano y le gustaba estar abrazada por sus
plantas y sus flores. Claribel Alegría, reciente ganadora del premio Reina Sofía
de Poesía Iberoamericana, murió a los 93 años en Managua, donde residía desde
1979. Su obra prolífica y diversa incluye –además de una veintena de poemarios–
novelas, cuentos, ensayos y traducciones notables, como la poesía del británico
Robert Graves al español. Como un susurro o una confidencia que vibra en el
cuerpo. Eso generaban muchos de sus mejores poemas: “Hoy es noche de sombras/
de recuerdos-espada/ la soledad me tumba./ Nadie que aguarde mi llegada/ con un
beso/ y un ron/ y mil preguntas./ La soledad retumba./ Quiere estallar de
rabia/ el corazón/ pero le brotan alas”.
Imposible
olvidar los “recuerdos-espada”; es como si cortaran el aire con el filo de la
sencillez. Aunque Alegría nació en Estelí, Nicaragua, el 12 de mayo de 1924, se
consideraba a sí misma salvadoreña porque vivió en la ciudad de Santa Ana
durante su infancia. En 1932 tenía 8 años cuando fue testigo de la masacre de
más de treinta mil campesinos e indígenas en El Salvador. En los años 40,
estudió Filosofía y Letras en la Universidad George Washington. Los poemas de
su primer libro Anillo de silencio (1948) los seleccionó Juan Ramón Jiménez y
contó con un prólogo del mexicano José Vasconcelos. “Es la etapa de la
adolescencia, de querer buscar el amor, tener curiosidad por qué es el amor,
por quién eres tú”, lo definió la poeta que continuó publicando el poemario
Vigilia (1953), un libro de sonetos con el amor como tópico; Acuario (1955),
donde aparece el humor, Huésped de mi tiempo (1961), Vía única (1965),
Aprendizaje (1970), Sobrevivo (1978), con el que ganó el premio Casa de las
Américas; Saudade (1999) y Mitos y delitos (2008), entre tantos otros. Escribió
las novelas Cenizas de Izalco (1964) -junto a su esposo el escritor y
diplomático estadounidense Darwin J. Flakoll- Álbum familiar (1982), Pueblo de
Dios y de Mandinga (1985) y Luisa en el país de la realidad (1987).
La poeta
nicaragüense -que vivió en México, Santiago de Chile, Argentina, Uruguay y
Estados Unidos, entre otros países- apoyó la lucha revolucionaria del Frente
Sandinista de Liberación Nacional, que en 1979 logró poner fin a la dictadura
somocista. Parte de su obra la dedicó a documentar esa revolución, así como el
asesinato del dictador Anastasio Somoza Debayle. Alegría siempre objetó que la
incluyeran en la llamada “Generación Comprometida”. “Yo empecé a ver no solo a
la gente que estaba alrededor mío, las cosas que pasaban alrededor mío, sino
las cosas que pasaban en mis pueblos. Me metí en otra onda. Escribí poemas que
muchos dicen que son políticos, pero que considero, ya lo he dicho muchas
veces, poemas de amor a mis pueblos. Esas cosas me tocaban, me apretaban el
alma, entonces tenían que salir en poemas. Nunca quise escribir un poema
acusando a alguien, pero sí diciendo las cosas que pasaban. Después de todo
esto me salieron los poemas por los que muchos creen que soy poeta
comprometida. Es muy tremendo decir poesía comprometida porque la poesía yo no
la quiero poner al servicio de nada. Pero primero que poeta soy ser humano, y
como ser humano no me puedo desligar de mis semejantes”, planteó en una
entrevista en 2015 con el diario El País de España.
En
noviembre del año pasado, durante su discurso de aceptación del premio
Reina Sofía, considerado “el Cervantes de la poesía”, Alegría ofreció una
suerte de cátedra magistral. “Pienso, como Virginia Woolf, que el lenguaje
literario debe ser andrógino. No hay escritura masculina ni femenina. Hay buena
y mala escritura. Tampoco pienso que haya temas triviales. Cualquier tema, por
trivial que parezca, si es tratado por un buen escritor, se convierte en una
obra de arte. Es el cómo más que el qué lo que importa en literatura”. Al final
de su discurso leyó dos fragmentos del último poema que publicó, “Amor sin
fin”: “Bebamos tú y yo/ por las palabras/ por las palabras voladoras/ que a ti
también te alcanzan/ por los árboles negros/ que afilan/ mi congoja./ Bebamos
por el canto/ que se convierte en llama/ bebamos por la llama/ y el incendio”.
Por Silvina Friera
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/91586-la-dama-centroamericana-de-la-poesia