martes, 12 de agosto de 2025

Más que palabras

LITERATURA & REFLEXIÓN

En una aldea escondida entre montañas y campos de arroz, vivía un joven llamado Akira.

Desde pequeño había sido inquieto, siempre buscando cómo mejorar su vida, alcanzar más y más.

Creía que la felicidad estaba en obtener, acumular y asegurarse de que nada ni nadie pudiera arrebatarle lo que había conseguido.

Sin embargo, cuanto más se esforzaba, más sentía que las cosas importantes se le escapaban de las manos.

Una tarde, mientras el sol se ocultaba detrás de las colinas y teñía el cielo de tonos dorados y púrpuras, Akira se acercó al maestro Seijuro, un anciano de mirada profunda que estaba sentado junto a un arroyo, observando en silencio cómo el agua se deslizaba sobre las piedras.

—Maestro —dijo Akira, rompiendo el murmullo del agua—, todo lo que hago se me escapa. Trabajo, me esfuerzo, pero nada dura. El dinero, las oportunidades, incluso las personas…

¿Cómo puedo retener lo que deseo?

Seijuro no respondió de inmediato. Tomó una piedra lisa y oscura del arroyo, la sostuvo en la palma y luego se la entregó a Akira.

—Cierra la mano con fuerza y trata de retener el agua que corre sobre la piedra —le indicó.

Akira apretó el puño con toda su fuerza.

El agua, indiferente, se filtró entre sus dedos y se perdió corriente abajo. Abrió la mano y vio que la piedra estaba sola, fría y seca.

—Ahora abre la mano, deja la piedra reposar y no la aprietes —ordenó Seijuro.

Akira obedeció. El agua fluyó suavemente sobre la piedra y sobre su mano abierta, acariciándola y dejándola fresca.

—¿Notas la diferencia? —preguntó el maestro con voz calmada—. Cuando aprietas para poseer, todo se escapa. Cuando permites que algo sea, permanece contigo sin esfuerzo.

El joven bajó la mirada. Se dio cuenta de que sus relaciones, sus sueños y su paz interior habían sufrido porque siempre había querido controlarlo todo. Y como el agua, todo lo que intentaba retener a la fuerza terminaba alejándose.

Seijuro señaló el arroyo.

—La vida es así, Akira. No puedes atrapar el agua ni forzar a que un momento dure para siempre. Si cierras el puño, lo perderás. Si abres la mano, el agua te tocará una y otra vez.

El joven permaneció en silencio, sintiendo que esas palabras quedaban grabadas más profundamente que cualquier enseñanza anterior.

Esa noche, al volver a casa, decidió que, en lugar de luchar contra la corriente, aprendería a caminar con ella.

Desde entonces, cada vez que sentía miedo de perder algo, iba al arroyo, tomaba una piedra y dejaba que el agua corriera sobre su mano abierta, recordándose que la verdadera fuerza no estaba en retener… sino en permitir que todo fluyera.

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