HISTORIA
La Revolución de los Coroneles
Por Felipe Pigna
A comienzos
de la década del cuarenta los militares habían asumido gran parte de las
funciones que el Estado intervencionista de los treinta se auto adjudicó. Entre
1931 y 1937 el presupuesto militar se incrementó de 189 mil pesos a 315 mil. En
octubre de 1941, por decreto 103.316, fue creada la Flota Mercante del Estado,
que se colocó bajo el Ministerio de Marina, y la Dirección de
Fabricaciones Militares. Por aquellos años convivían en las fuerzas armadas dos
tendencias políticas: una, la que representaba al general Justo, favorable a
los Aliados, y otra llamada nacionalista, que simpatizaba con el Eje.
En ese contexto las Fuerzas
Armadas iban camino a transformarse en un poder en sí mismo y en un árbitro
“natural” de la situación nacional. El ambiente parecía propicio para las
conspiraciones. Así lo entendieron los militares del Grupo de Obra de Unificación1 (GOU), una logia fundada el 10 de
marzo de 1943 en los salones del Hotel Conte, que estaba frente a la Plaza de
Mayo, por iniciativa de los tenientes coroneles Miguel A. Montes y Urbano de la
Vega, que fue creciendo en influencia dentro de las filas castrenses. Sus
principales referentes eran el coronel Juan Domingo Perón y el teniente coronel
Enrique P. González. Los dos eran oficiales del Estado Mayor General, graduados
en la Escuela Superior de Guerra, de la que además Perón era profesor de historia
militar. Recuerda Perón:
“Antes del 4 de junio y cuando el golpe de
Estado era inminente, se buscaba salvar las instituciones con un paliativo o
por convenios políticos, a los que comúnmente llamamos acomodos. En nuestro
caso, ello pudo evitarse porque, en previsión de ese peligro, habíamos
constituido un organismo serio, injustamente difamado: el famoso GOU.
El
GOU era necesario para que la revolución no se desviara, como la del 6 de
septiembre. […] Conviene recordar que las revoluciones las inician los
idealistas con entusiasmo, con abnegación, desprendimiento y heroísmo, y las
aprovechan los egoístas y los nadadores en río revuelto”.2
Los integrantes del GOU, que
no ocultaban su simpatía por los regímenes de Alemania e Italia y se declaraban
partidarios de la neutralidad, anticomunistas y contrarios al fraude electoral,
comenzaron a preparar el asalto al gobierno y tomaron contacto formalmente con
dirigentes partidarios socialistas, conservadores y radicales que coincidían en
rechazar la candidatura de Patrón Costas.
El 7 de junio de 1943 fue la
fecha elegida por Castillo para lanzar la candidatura de Patrón Costas. El
candidato había preparado su discurso de lanzamiento en el que, contra todos
los pronósticos, evitaba definirse sobre la neutralidad:
“Desde la edad de 23 años, en que fui llamado a
ocupar el Ministerio de Hacienda de mi provincia natal, he militado siempre en
las filas de los partidos de derecha; lo proclamo bien alto y con orgullo en
esta alta hora en que el izquierdismo está en boga. En el término conservador,
como yo lo entiendo, caben todas las reformas que exija nuestra evolución
progresiva, para perfeccionar, depurar y hacer eficiente nuestra democracia,
para asegurar la libertad dentro del orden y para llegar a la paz social, no
por la lucha de clases, sino por la conciliación de sus intereses. […] Ser
conservador es querer una organización social y política con jerarquías, pero
entiéndase bien, con la jerarquía que da la conducta ejemplar, la inteligencia,
la ciencia, el arte, el trabajo, los servicios prestados al país; el
nacimiento, cuando se sabe honrar la estirpe; la fortuna cuando se es
digno de ella. […] Seguimos el conflicto sin olvidar nuestros antecedentes
de Nación democrática, amante de la libertad, celosa de su independencia,
solidaria siempre con los grandes principios cuya subsistencia interesa a toda
la humanidad para mantener un mundo de libertad, de paz y de justicia”.3
Pero
Patrón Costas nunca pudo pronunciar este discurso ni lanzar su candidatura a
presidente. En la madrugada del 4 de junio, un nuevo golpe de Estado dirigido
por el GOU derrocaba al presidente. Lo que sigue es el relato de Perón sobre
los hechos:
“La revolución comenzó en el
preciso instante en que los cuadros medios del Ejército, entre quienes me
identificaba, tomaron conciencia de la situación y resolvieron que las cartas
estaban echadas. El día 3 por la tarde estuve encerrado en mi departamento
planificando el día siguiente. Paralelamente, el doctor Castillo recorrió las
guarniciones de Palermo y terminó instalándose en la Rosada junto a todo el
gabinete a la espera de la tormenta inminente. Sabía que el golpe estaba en
marcha. Para rematar la velada, llamé por teléfono al general Ramírez que
estaba en Campo de Mayo y le pedí que fuese hasta Casa de Gobierno para saber
cómo venía la mano. Le transmití: ‘decile que no se puede joder más y que se
las tiene que tomar’. Todo había pasado tan rápido que la mayoría de la
población no se había enterado del cambio de gobierno, fue entonces que le pedí
a Mercante que hiciera salir a la calle a un grupo de efectivos para que
incendiaran algunos vehículos. Un poco de acción psicológica no viene nada mal
para despabilar a los curiosos”.4
El
diario La Vanguardia trazaba
este balance de la gestión de Castillo, que de alguna manera también era un
análisis de aquella Década Infame:
“El gobierno del doctor
Castillo fue el gobierno de la burla y el sarcasmo. Su gestión administrativa
se desenvolvió en el fango de la arbitrariedad, el privilegio, la coima y el
peculado. Toleró ministros y funcionarios ladrones, y firmó, displicentemente,
medidas que importaban negociados. Nada ni nadie le contenía en su insana
política de rapacidad y de oligarquía. Eligió su sucesor a pesar del clamor de
la opinión pública y de la repugnancia de algunos miembros del partido oficial.
La fórmula de los grandes deudores de los bancos oficiales contaba con la
impunidad oficial”.5
En la Rosada, aquel 4 de
junio, se produjo la primera reunión de las nuevas autoridades:
“Una
vez tomado el poder nos sentamos alrededor de una mesa a discutir quién sería
el encargado de ocupar la primera magistratura.
Debía ser un general y de
esto no había duda. Fue elegido por su buena voluntad y sus buenas intenciones
el general Pedro Pablo Ramírez. La sorpresa más significativa nos la dio
Rawson, que se sentó en el sillón presidencial y armó un gabinete a piacere,
sin consultar a nadie. Claro, pasó que se consideró el jefe supremo de la
revolución, y flojo de entendederas, así como era, negoció con la oligarquía el
nuevo elenco gubernamental. El resultado fue que volvían al gobierno los que
acabábamos de echar a patadas. Recuerdo que fuimos hasta la Casa de Gobierno y
entramos intempestivamente al despacho principal. Él estaba allí, sentado muy
ridículo detrás del escritorio en el sillón de Rivadavia. Me acerqué y
extendiéndole su renuncia le dije: ‘puede ir saliendo, terminó su mandato’.
Rawson, levantó la vista y me dijo: ‘¡Cómo, tan pronto!’ Tomó sus cosas y se
retiró”.6
Castillo, tras dejar la Casa
Rosada, se refugió en un barreminas de la Armada a la espera de unas
hipotéticas fuerzas leales que sólo existían en sus deseos. El 5 de junio por
la mañana desembarcó en el puerto de La Plata y, al igual que Yrigoyen hacía casi
13 años, presentó su renuncia a la presidencia en la capital bonaerense.
Terminaba, de la misma manera en que había comenzado, una Década Infame que
dejaba profundas huellas en nuestro pueblo. Se iniciaba una nueva etapa que iba
a cambiar por muchos años el panorama político y social de la Argentina.
Referencias:
1 Este es el nombre que aparece en el escudo del grupo. Algunos
autores definen la sigla como Grupo de Oficiales Unidos.
2 Perón, Juan Domingo, Tres revoluciones, Buenos Aires,
Síntesis, 1994.
3 Discurso que debió pronunciar en la convención del Partido
Demócrata Nacional con motivo de su candidatura a la presidencia de la Nación,
Buenos Aires, junio 7 de 1943, en Ernesto Araoz, Vida y obra del doctor
Patrón Costas, Buenos Aires, Imprenta Mercatali, 1966.
4 Perón, Juan Domingo, Tres revoluciones, op. cit.
5 La Vanguardia, 5 de junio de 1943.
6 Testimonio de Juan Domingo Perón, en Enrique Pavón Pereyra, Yo,
Perón, Buenos Aires, Milsa, 1993.
Fuente consultada
Fragmento del libro Los
mitos de la historia argentina 3, de Felipe Pigna, Buenos Aires, Editorial
Planeta, 2006.