LITERATURA
Ilustración: Stevan Dohanos
El día en el que debería haberte dejado
Sé exactamente cuál fue
el día en el que debería haberte dejado.
Habíamos cenado, con copas y vino,
viendo una película a la que no le prestamos
demasiada atención.
Y cuando el sueño se había llevado a nuestro hijo
a su mapa celeste,
habíamos hecho el amor como se hace el poema:
cabalgando relámpagos.
En la cocina, con todas las luces de la casa encendidas,
como si los cuerpos fueran
una comparsa de lentejuelas contorneándose
en un desfile de carnaval.
Brillando en la insistencia del sudor
Resplandeciendo en la danza de las bocas.
Al otro día,
los platos estaban sin lavar.
El amor había sido el apremio
y los platos sucios sufrieron un segundo plano.
Vos te fastidiaste por mi desprolijidad.
No sé si fue dolor o desconcierto lo que sentí.
O ambos.
Te fastidiaste porque no me había quedado
barriendo el papel picado después de la fiesta.
Que había sido nuestra.
Que había sido tuya.
Porque yo me había desnudado en vos
y te había abierto mi cuerpo
como quien abre una casa de veraneo
que anhela las voces que llegarán
para empezar a vivir.
Te molestaste mucho por los platos sin lavar,
cuando yo todavía temblaba
porque sentía que esa noche
me había tocado el milagro.
Ese fue el día en el que debería haberte dejado.
No lo hice.
Lavé los platos tragándome las lágrimas
Y el desencontrado café del desayuno
borró con el codo
lo que las lentejuelas y las luces
habían escrito con la mano.
Ese fue el día en el que debería haberte dejado.
No lo hice.
Acepté las reglas de un juego que me convirtió
en una mujer triste
que hizo de la sonrisa forzada una coraza
y repite estoy bien
como un mantra de autoengaño.
Me pregunto por qué no te dejé ese día.
Me pregunto por qué no me amaba tanto
como te amaba a vos.