LITERATURA -
CULTURA
El Amigo Eterno
Los abuelos contaban una
historia que recorría los rincones más oscuros del pueblo. Un hombre pobre,
peón de tierras ajenas, despertaba al alba para trabajar como cada día. Aquel
día, su esposa, con lo poco que tenía, le preparó enchiladas de chile y
frijoles. "No hay más", dijo ella con resignación, mientras él tomaba
su machete, su pala y llamaba a su fiel perro. Sin decir más, se encaminó al
campo.
Al mediodía, cuando el sol
abrasaba la tierra y la fatiga le pesaba en los hombros, buscó refugio bajo un
árbol frondoso. El viento murmuraba entre las ramas, como si ocultara un
secreto que nadie debía escuchar. El peón sacó sus enchiladas y una botella de
agua, dispuesto a calmar su hambre. Justo cuando iba a dar el primer mordisco,
una voz desconocida rompió el silencio.
—¿Me regalarías una enchilada?
—dijo la voz, grave y resonante, tan cercana como si surgiera del mismo aire.
El peón giró la cabeza y, ante
él, apareció un hombre extraño, vestido de charro, sus ojos oscuros como pozos
sin fondo. El charro observaba con una sonrisa inquietante.
—No son más que enchiladas de
chile y frijoles —respondió el peón, su voz titubeante.
—No importa —dijo el charro,
mientras se sentaba junto a él, la sombra del árbol envolviendo ambos cuerpos.
Comieron en silencio, y el aire alrededor parecía volverse más frío, más
pesado, como si el día hubiera caído repentinamente en un crepúsculo.
Cuando terminaron, el charro lo
miró fijamente, su sonrisa ahora más profunda, más oscura.
—Esas enchiladas estaban
picantes —rió suavemente, un sonido que no llegaba a ser del todo humano—.
¿Sabes quién soy?
El peón lo observó, sintiendo
una extraña inquietud en el estómago, como si hubiera algo fuera de lugar. Si
asintió con la cabeza.
—Soy alguien que puede
concederte lo que desees —dijo el charro, sus ojos brillando con una promesa
peligrosa—. Pide lo que quieras, y será tuyo.
El hombre dudó, afilando su
machete mientras su perro, que no se apartaba de su lado, emitía un bajo
gruñido. Los ojos del animal estaban clavados en el charro, como si viera algo
que su dueño no podía percibir.
Después de un largo silencio, el
peón habló.
—Siempre he sido pobre. Mis
padres, mis abuelos… todos vivieron en la miseria. Si te pidiera riquezas, la
gente me llamaría ladrón. No. Lo único que quiero es salud para mí y para mi
familia.
El charro lo observó con ojos
que parecían medir el alma misma del hombre. Tras un largo instante, inclinó su
cabeza, quitándose el sombrero en un gesto sombrío.
—Durante más de mil años he
vagado por la tierra —dijo—. Jamás alguien me había pedido algo tan puro. Te
concederé lo que deseas. Pero te daré más de lo que has pedido, aunque nunca lo
pidas. Nunca te faltará nada para vivir.
El peón, aunque agradecido,
sintió una extraña frialdad en aquellas palabras. A partir de ese día, su vida
comenzó a mejorar de formas misteriosas. Nunca le faltó comida, y siempre
volvía a casa hablando de su "amigo" que lo acompañaba a comer bajo
el árbol.
Los años pasaron, y el peón
envejeció, viendo a sus hijos y nietos crecer. El día de su muerte, mientras
yacía en su cama, débil y a punto de partir, vio cómo la figura del charro se
materializaba una vez más junto a él. El charro lo miró con una sonrisa sombría
y le dijo
—No te preocupes, amigo. Yo
cuidaré de tu familia… y de tu descendencia. Siempre cumpliré mi promesa.
Desde aquel día, la sombra del
charro nunca abandonó a la familia del peón. Algunos dicen que todavía se le ve
bajo el mismo árbol, esperando a quien esté dispuesto a compartir una comida… y
mucho más.
Adaptación
y Estilo de Narración: Marciel G.
(Elixir de
Miedo)