“Porque somos pobres, es
que nosotros debemos invertir en ciencia”
Héctor Otheguy
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Fundador y presidente de Invap
Murió Héctor “Cacho” Otheguy,
un luchador contra el colonialismo mental
De
la mano de los logros de la estatal Invap, Otheguy se convirtió en un referente
de la ciencia y la tecnología argentina. “No hay que menospreciar nuestra
capacidad frente a la de otros países más desarrollados”, solía decir.
Por Fernando Krakowiak
“Invap es una muestra de que es
posible conquistar al mundo con nuestra capacidad de trabajo", sostuvo
Otheguy.
“Porque
somos pobres, es que nosotros debemos invertir en ciencia”, aseguró Héctor
“Cacho” Otheguy, presidente de Invap, parafraseando al ex primer ministro de la
India Jawaharlal Nehru, el 13 de noviembre de 2018, cuando subió al escenario
del Salón de Actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires
para recibir el premio Konex de Brillante en nombre de la empresa tecnológica estatal.
Con aquella frase que le dio cierre a su discurso, buscó resumir de algún modo
el enorme esfuerzo que llevó adelante el grupo de científicos de la Comisión
Nacional de Energía Atómica que a mediados de la década del 70 puso en marcha
esta nueva compañía con Conrado Varotto a la cabeza. Otheguy murió este martes
a la madrugada luego de una complicación derivada de una afección cardíaca,
pero la empresa que comandó es desde hace tiempo una referencia nacional
ineludible en el diseño, integración y construcción en áreas de alta tecnología
como la industria nuclear y el desarrollo espacial.
Otheguy nació en
1947, en Buenos Aires, y se graduó en física en el Instituto Balseiro de San
Carlos de Bariloche en 1970. Luego obtuvo la Maestría en Ciencias, en la
Universidad de Ohio, Estados Unidos, en 1972, y la Maestría en Gestión, dentro
del programa Sloan Fellow de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, en
1985.
Fue miembro de
Invap desde su fundación en 1976, período en el que se abocó al área de la metalurgia
extractiva. Luego se desempeñó como subgerente Técnico, gerente técnico y,
entre 1991 y 2017, como Gerente General. Desde entonces quedó sólo como
presidente del directorio.
La historia de
la compañía, con sede en Bariloche, tiene un primer antecedente en 1972 Varotto
lanza el grupo de “Física Aplicada” dentro del Centro Atómico Bariloche, con la
idea de hacer “cosas que sirvieran para solucionar problemas concretos”, como
por entonces intentaba explicarles a un grupo de jóvenes científicos, en su
mayoría recién recibidos del Instituto Balseiro, entre los que estaba Otheguy.
Luego vinieron
los primeros proyectos: la planta piloto de producción de esponja de circonio,
la construcción del Reactor RA-6 en Bariloche y el desarrollo de la tecnología
de Enriquecimiento de Uranio en Pilcaniyeu, hitos que marcaron el desarrollo de
Invap en su primera década de vida, según recordó el propio Otheguy cuando la
empresa cumplió 40 años.
Durante los años
80 llegó la primera exportación llave en mano de un reactor nuclear de
investigación a Argelia. “En 1983, en Viena, donde todos los años se hace la
reunión de la OIEA (el organismo de Naciones Unidas que promueve el uso
pacífico de lo nuclear), la delegación argentina se sentó al lado de la
argelina. En un diálogo casi casual surgió que ellos querían un reactor y
vinieron a ver el que teníamos en Bariloche, lo que terminó en un convenio
país-país para construir un reactor”, contó Otheguy a Página/12 en
noviembre de 2015. (1)
Los contratos se
firmaron en 1985 y el reactor se inauguró en abril de 1989. Ello le permitió a
Invap ganar más tarde la licitación para construir un reactor más grande para
Egipto, compitiendo contra empresas francesas, canadienses y rusas.
La década del 90
fue un momento difícil para Invap. Se recortaron varios contratos, el más
importante fue el de la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu.
Además, en 1991 Carlos Menem rescindió los dos contratos que la empresa había
firmado con Irán en 1988. De ese modo, la firma se vio forzada a reducir su
personal de más de 1000 a 400 empleados.
En ese contexto
se produjo una transición de Invap, una empresa fundamentalmente nuclear, hacia
el área espacial. En 1991 la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, que
se creó en ese momento, firmó un convenio con la NASA y eso le permitió a Invap
comenzar a diseñar y construir los Satélites de Aplicaciones Científicas SAC-B,
SAC-A, SAC-C y el SAC-D/Aquarius. La búsqueda de negocios fuera de Argentina
llevó también a que los 2000 se concretara la firma de un convenio para la
construcción del reactor de investigación OPAL en Australia. Luego vendrían los
satélites de comunicaciones Arsat-1 y Arsat-2, impulsados por el plan de
desarrollo satelital que lanzó el kirchnerismo. Como un spin-off de la
tecnología satelital, Invap también comenzó a diseñar y construir radares
terrestres.
“¿Cuál es el
denominador común en esta historia? ¿Qué es lo que atraviesa y está siempre
presente en cada nuevo desafío de Invap? Su gente: un grupo humano
extraordinario, conformado por personas con distintas habilidades, puestas al
servicio de un objetivo común. Hay además entre nuestros valores, varios
condimentos esenciales que nos alimentan y nos empujan a persistir, avanzar y
crecer. Compartimos un espíritu de equipo, audacia ante las dificultades –no
sólo tecnológicas– y un ideal nacional: “No al colonialismo mental”, es decir,
no menospreciar nuestra capacidad frente a la de otros países más
desarrollados”, aseguró Otheguy en agosto 2006, cuando se celebraron los 40
años de Invap.
Otheguy fue una
pieza clave para apuntalar todo este desarrollo de Invap desde la gerencia
general, con cintura política, pero sin resignar sus convicciones. Ese legado
va quedando en manos ahora de las nuevas generaciones, como el propio Otheguy
lo anticipó en 2018 cuando recibió el Konex: “Invap es mucho más que una
empresa, es mucho más que una empresa estatal, es también una muestra de que es
posible unir en la diversidad, de innovar y crear, de conquistar al mundo con
nuestra capacidad de trabajo y con inteligencia argentina, es lo que queremos
que permanezca a medida que transitamos la renovación generacional”. (2)
Nota auxiliar del texto (1)
“Son dos modelos...”
Por Claudio Scaletta
Desde
la perspectiva del desarrollo de la estructura productiva, Invap es una empresa
modelo en múltiples sentidos. Nació del sueño industrial de un grupo de
científicos dentro de estructuras predominantemente académicas y se abocó a producir
con éxito productos de alta tecnología del tipo “acá no podemos hacerlo”.
Desarrolló rápidamente procesos de aprendizaje y de catch up tecnológico y, por
avatares de la historia económica más que por decisión de expandirse, en muchas
oportunidades inició sectores completamente nuevos para su trayectoria. En este
sentido es también un ejemplo de capacidades adaptativas a entornos cambiantes.
Para completar la “rareza”, es además una empresa 100 por ciento estatal
conducida como una firma privada, pero que reinvierte el 85 por ciento de sus
utilidades y reparte el 15 restante entre sus empleados. Hasta tiene un
“director obrero” elegido por sus trabajadores.
Su sede y
principal planta de producción se encuentra en Bariloche. En un día de sol,
rodeado de montañas nevadas y con el aroma del pasto recién cortado, sus
modernas instalaciones se parecen más a un campus universitario que a una
“fábrica”, aunque sus productos principales sean reactores nucleares, satélites
y radares. Su director general, Héctor Otheguy, recibe a Cash con atuendo
estudiantil, más de profesor que de ejecutivo, lo que refuerza la sensación con
un involuntario estereotipo “Silicon Valley”.
¿Existe
preocupación por un eventual cambio de los lineamientos generales del gobierno?
–Estamos
preocupados porque en su momento se hicieron declaraciones negativas sobre el
rol de las empresas estatales. Críticas despreciando los resultados de la
producción de satélites cuando se trata de una actividad única en Latinoamérica
y que tienen pocos países en el mundo. Realmente no somos el mejor ejemplo para
atacar al gobierno. Mauricio Macri hizo comentarios negativos sobre las
empresas satelitales. Imposible no preocuparse. Piense que nosotros teníamos
340 empleados directos en 2003 y ahora casi 1400. Pero hay que tener en cuenta
que cada vez que hacemos un satélite o radares hay 100 empresas que participan:
80 son proveedoras de elementos estándar, pero hay alrededor de 20 que
desarrollaron tecnología a partir de nuestra demanda. El efecto económico de
esto es cualitativamente muy importante y positivo. Criticarlo significa tener
en la cabeza un modelo de país distinto al del desarrollo.
¿Tuvieron
contacto con los candidatos que participarán del ballottage?
–Scioli visitó
la empresa dos veces. Nos escuchó atentamente y vemos que incorporó la
importancia de la ciencia y la tecnología en un plan de desarrollo. De los
otros candidatos no recibimos señales. Son dos modelos distintos. Pero en
realidad la preocupación es relativa, porque creemos que el actual modelo va a
seguir.
¿Qué rol
jugaron en el desarrollo de Invap los mercados interno y externo?
–Empezamos con
un reactor para la Conae aquí en Bariloche. A partir de eso pudimos salir a
Argelia en los 80, Egipto en los 90, y con complejidad creciente. Pero nunca
abandonamos el mercado nacional. A veces las políticas nos obligaron. En los 90
se cortaron proyectos, lo que nos obligó a vivir la mitad de la década de los
contratos de exportación.
¿Qué se
exportó y adónde?
–El proyecto que
nos salvó de desaparecer a principios en los 90 fue Egipto, un proyecto que en
ese momento eran casi 100 millones de dólares. Empezó en el 93 y se terminó en
el 98. Igual previamente debimos hacer un ajuste y pasar de más de 1000
empleados en los 80 a alrededor de 400. Empezó con la crisis del final del
alfonsinismo y se intensificó en los primeros años del menemismo. Eso nos
obligó a buscar mercados afuera y también nuevas áreas de desarrollo para
conseguir trabajos.
¿Qué áreas?
–La espacial. Hubo
un acuerdo por el cual la NASA colaboró en el desarrollo del plan espacial
argentino. Esto fue en 1991 y vino Dan Quayle, que era el vicepresidente de
Estados Unidos, a firmar el acuerdo entre la NASA y la Conae, que se creó en
ese momento. Ese acuerdo fue lo que permitió que nosotros, una empresa
fundamentalmente nuclear, hiciéramos una transición razonablemente rápida y
económica hacia tener también un área espacial. Mucha gente nuestra pudo ir a
la NASA y acelerar procesos de aprendizaje. Fuimos construyendo satélites de
cada vez mayor complejidad hasta que en 2011 se lanzó el satélite Acuarius, el
Sat D, nuestro cuarto satélite, que fue nuestro hito. Así como en la parte
nuclear está Australia, en la satelital está el Acuarius, que fue una tarea conjunta
entre la NASA y la Conae para medir la salinidad de los océanos, para entender
mejor el calentamiento global y el cambio climático, una misión de alta
visibilidad. Hay que entender la apuesta: la Nasa había puesto 200 millones de
dólares en el instrumento y casi 100 millones en el lanzamiento del satélite,
usando un satélite que fabricamos integralmente nosotros.
¿Por qué
Estados Unidos aportó al desarrollo de tecnología sensible en un país como
Argentina?
–Fue más que
nada una compensación negociada. Su interés principal era que se desarmara el
proyecto Cóndor. Es una lectura que nosotros hacemos sin conocer los detalles
de las negociaciones políticas.
Un proceso de
lenta construcción, pero fácil de destruir.
–Se destruye de
un día para otro. Por eso la preocupación de que no se Por eso sorprende que
muchos economistas, por lo menos los neoliberales, no traten estos temas. El
discurso siempre fue abrir el mercado, hacer licitaciones internacionales.
¿Qué rol jugó
el Estado para Invap?
–En el caso
nuclear esa política de usar el Estado de forma que sirva se inició en 1978,
cuando en el hoy Instituto Balseiro se decidió hacer una carrera de ingeniería
nuclear. Tenía que haber un reactor y se estuvo a punto de firmar un contrato
con la estadounidense General Atomic, pero a último momento el grupo fundador
de Invap convenció a las autoridades de la Conea de que había capacidades
locales para hacerlo. La aceptación de esto fue lo que permitió inaugurar el
reactor en 1982 y a costo competitivo, similar a lo que se hubiese pagado
afuera.
¿Cómo siguió
después?
–En 1983, en
Viena, donde todos los años se hace la reunión de la OIEA (el organismo de
Naciones Unidas que promueve el uso pacífico de lo nuclear), la delegación
argentina se sentó al lado de la argelina. En el diálogo casi casual surgió que
ellos querían un reactor y vinieron a ver el que teníamos en Bariloche, lo que
terminó en un convenio país país para construir un reactor en Argelia. Los
contratos se firmaron en 1985 y el reactor se inauguró en abril de 1989. Ello
nos permitió más tarde ganar la licitación para construir otro reactor mucho
más importante en Egipto, compitiendo contra empresas francesas, canadienses y
rusas.
¿Qué impacto
tuvieron para la empresa las políticas de los 90?
–Del 89 al 92
pasamos por una fuerte etapa de reducción. Se recortaron contratos, el más
importante era el de la planta de enriquecimiento de uranio de Pilcaniyeu. En
el 91 Carlos Menem rescindió los dos contratos que habíamos firmado con Irán en
el 88. Pasamos de más de 1000 a 400 empleados. Imagínese el impacto para
Bariloche, una ciudad que por entonces tenía menos de 100 mil habitantes. Para
intentar minimizar los efectos creamos dos sociedades anónimas, Invap
Ingeniería e Invap Mecánica, esta última hoy ya no existe. Fue una de las
épocas más duras.
¿Optaron por
orientarse al mercado externo?
–Ya teníamos el
contrato de Egipto, pero se nos habían cancelado los contratos de exportación
con Irán que iban a ser los que nos permitirían sobrevivir. Pedimos que se nos
compense por esa pérdida y ahí fue cuando algunos legisladores nacionales, como
Carlos Soria y Miguel Pichetto, empezaron a ayudarnos. Trajeron a Oscar
Lamberto, que durante todo el menemismo fue presidente de la Comisión de
Presupuesto de Diputados, quien nos ayudó para que consiguiéramos alguna
compensación. También tuvimos el colateral de la pérdida del Cóndor, que fue la
apertura del área espacial junto a la Conae. Para el 2000 ya habíamos lanzado
el tercer satélite. Y teníamos un contrato en Cuba para una planta, de
radioisótopos que terminamos. Otra estrategia fue ponernos a buscar que otra
cosa hacer en el área industrial e hicimos un proyecto de tratamiento de
residuos industriales. Ya en 2000 empezamos con la Conae a desarrollar un radar
muy complicado, de apertura sintética, que muy pocos países tienen la
tecnología y que lo vamos a lanzar el año que viene. Después como teníamos un
grupo de radares empezamos a trabajar con la Fuerza Aérea.
¿Cuáles
fueron los principales cambios de la última etapa?
–La decisión
política del gobierno nacional de impulsar estos desarrollos. En octubre de
2004 se dispuso el decreto 1407, que firma (Néstor) Kirchner, que crea el
Sistema Nacional de Vigilancia y Control del Aeroespacio (Sinvica), un plan de
radarización a mediano y largo plazo, tanto para el control del tráfico aéreo
civil como el de defensa. Y con una característica; “que se utilizara al máximo
la capacidad industrial argentina”. Es sobre esta base que el Ministerio de
Defensa y la Fuerza Aérea nos contratan para fabricar 22 radares para el
control de tráfico aéreo. Equipos que de otra forma se hubiesen comprado afuera
y que tienen un costo de entre 2 y 3 millones de dólares cada uno. Poco después
de eso se lanzó la demanda de los radares primarios, los de defensa, que valen
alrededor de 20 millones de dólares. Teníamos radares que eran de los 70. Parte
de nuestro trabajo fue modernizarlos, hacerlos digitales, operativos por 15
años más mientras se desarrollan los nuevos, de los que ya instalamos tres en
la frontera de Formosa y Misiones. También tenemos un contacto para fabricar 10
radares meteorológicos. El primero ya está en Córdoba.
Hubo decisión
política.
–Fueron
políticas bien hechas, porque cuando Kirchner firmó el decreto, no habíamos
hecho radares. En 2006 se repite algo parecido con la creación de Arsat, que
aprovechó todo lo que había de la experiencia del Nahuel Sat, la gente, las
instalaciones de Benavidez y lo hizo crecer. Hoy ya tenemos dos satélites
funcionando. Las decisiones fueron una apuesta en el buen sentido. Si nos
hubiese salido mal hubiésemos sido muy cuestionados: “¿para qué perdimos tiempo
y dinero si en la Argentina no sabemos hacer radares?”. Y ni hablar en el caso
de los satélites de comunicaciones donde el riesgo es mucho mayor, una tarea en
la que empresas que tienen 30, 40, 50 años de experiencia cada tanto fracasan.
Imagínese si hubiésemos fallado en el Arsat-1. Nos hubiesen saltado a la
yugular. Entonces son decisiones que hay que rescatar y que en contexto
histórico serán recordadas como muy trascendentales. (1)
Bibliografía consultada
1)- Diario
Página 12, suplemento, domingo 8 de noviembre de 2015.
2)- Diario
Página 12, Economía, 31 de marzo de 2020.