jueves, 29 de marzo de 2018

Opinión

Haz lo que yo hago
El respeto y el amor se aprenden viéndolos y sintiéndolos, mas no explicándolos.
Cuántas veces les hemos dicho a nuestros hijos en un momento de desespero: “¡Cómo eres de malcriado!”. No he sido la excepción. Sin embargo, la última vez me miré en el espejo y me pregunté: “Si me parece que mi hija es malcriada, ¿quién se supone que la crió?” Una pregunta tan obvia, que me dejó pensando largo rato.
Muchos padres no adoptan el modelo de crianza positiva porque pretenden replicar con sus hijos la manera como ellos fueron criados.
Es increíble cómo les exigimos a nuestros hijos comportamientos que en ningún momento les hemos enseñado o, peor aún, de los cuales jamás les hemos dado ejemplo. No peco de exagerada cuando digo que casi todos los padres queremos que los hijos sean mejores que nosotros, pero pocos somos coherentes al lograrlo.
A veces no somos conscientes de que la cátedra y la cantaleta son poco efectivas en el proceso de crianza; son nuestros actos y ejemplos los que marcan la verdadera diferencia en nuestros hijos.
Nos extrañamos de las tasas alarmantes de matoneo en los colegios, pero en lugar de solo sorprendernos deberíamos preguntarnos de dónde aprenden desde tan pequeños a sentirse superiores y a ser intolerantes con los demás. Cada vez que despotricamos de alguien por tener un punto de vista distinto o insultamos en la calle a cualquiera que se nos atraviesa o agredimos a los demás en redes sociales por simplemente subir una foto o hacer un comentario, deberíamos ser conscientes de que esto es matoneo.
Cuando descalificamos a alguien por su preferencia sexual, aspecto físico o estilo de vida les estamos enseñando a nuestros hijos que si las otras personas no actúan o no piensan como nosotros son defectuosos y tenemos permiso para insultarlos y maltratarlos.
Como mujeres nos aterramos cuando vemos que nuestras hijas son envidiosas, desleales o malsanamente competitivas. Sin embargo, al hablar pestes de nuestras supuestas ‘amigas’, les estamos enseñando que la definición de amistad es besar de frente... y despotricar de espalda.
Como padres y madres no podemos pretender que, en un futuro, los niños sepan tratar a una mujer si en casa ven todo lo contrario. Si sufrimos en silencio las agresiones y las ofensas en las relaciones de pareja, nuestros hijos pueden pensar que el amor es equivalente a sufrimiento y dolor. El respeto y el amor se aprenden viéndolos y sintiéndolos, mas no explicándolos.
Donde pienso que más les fallamos a nuestros hijos es en repetirles todos los días que queremos que sean felices, que estudien lo que los hace felices, que se casen con quien los hace felices… pero nosotros nos la pasamos quejándonos y pareciéramos vivir miserables a causa de todo: el país, el clima, el trabajo, la pareja o la falta de ella. Nos falta coherencia a la hora de desear algo tan primordial para ellos cuando ni siquiera nos damos el lujo de cuestionarlo para nosotros mismos.
No podemos olvidar que debemos ser lo que queremos para nuestros hijos. Antes de calificarlos como “malcriados”, fijémonos si a nosotros mismos nos faltó un poco de crianza también.
Por Alexandra Pumarejo
Fuente: El Tiempo / Cultura http://www.eltiempo.com/cultura/gente/haz-lo-que-yo-hago-alexandra-pumarejo-132474